La historia del televisor de plasma comienza curiosamente en la década de los sesenta (es común pensar que es un invento de última generación), particularmente en 1964 en la Universidad de Illinois.
Su inventor fue Donald Bitzer, quién inventó este dispositivo para un sistema computacional llamado PLATO; las primeras pantallas de este tipo fueron por supuesto monocromáticas, por lo general con caracteres verdes o naranja. Se usaron en la década de los 70, pero luego otras pantallas comenzaron a reemplazar al plasma en el mercado por ser más baratas, debido a los avances en la tecnología de los semiconductores.
En 1992 Fujitsu introdujo la primera pantalla de plasma en colores, en un formato de 21 pulgadas, y en 1997 Pioneer lanza al mercado del público general los primeros televisores de plasma tal como los conocemos hoy en día, usados para reproducir las imágenes de televisión de alta definición (HDTV). Marcas como Sony, Samsung, Panasonic y LG compiten fuertemente con sus últimos modelos en el mercado actual.
Hasta hace poco este formato de televisores superaba por lejos en funcionalidad a los televisores de LCD, pero las mejoras en esta última tecnología (mejoras en el ángulo de visión y consistencia en el color), han permitido casi equiparar esta competencia, y se estima que por conveniencia de consumo, menor precio y mayor flexibilidad para reparaciones el LCD podría eventualmente ponerse a la delantera en un futuro próximo.
Con el tiempo, la imagen en los televisores de plasma va perdiendo brillo y definición, y es por este motivo que los fabricantes especifican las horas de duración de cada pantalla (se estima que las primeras 2000 horas son las de mejor desempeño, aunque la duración total de las pantallas de última generación es de 60.000 horas aprox).
Además, se requiere de gran cuidado, ya que si se rompe la pantalla, su reparación es extremadamente compleja (imaginemos miles de pequeños tubos para reparar), y a veces imposible.
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